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¿Estaría mejor sin ? ¿También se vería beneficiada la sociedad?

Un equipo de economistas, encabezado por Hunt Allcott de la Universidad de Nueva York, acaba de producir la investigación más impresionante a la fecha sobre estas interrogantes.

En general, los hallazgos de los investigadores no son buenas noticias para Facebook y sus usuarios. Abandonar la plataforma parece mejorar el bienestar de la gente y reducir notoriamente la polarización política.

Allcott y sus coautores comenzaron preguntando a 2,884 usuarios de Facebook, en noviembre del 2018, cuánto dinero exigirían para desactivar sus cuentas por un período de cuatro semanas, finalizado justo tras las elecciones legislativas de Estados Unidos.

Para garantizar que su experimento fuera manejable, los investigadores se enfocaron en más o menos el 60% de los usuarios, quienes señalaron que estarían dispuestos a desactivar sus cuentas por menos de US$ 102.

Los investigadores dividieron a esos usuarios en dos grupos. Al grupo de tratamiento se le pagó por desactivar, al grupo de control no. A miembros de ambos se les hizo una serie de preguntas, explorando la forma en que apartarse de Facebook afecta sus vidas.

El hallazgo más llamativo es que incluso en ese período corto de tiempo, aquellos que desactivaron sus cuentas parecieron disfrutar más sus vidas como resultado. En respuesta a las preguntas del sondeo, exhibieron menores niveles de ansiedad y depresión y además mostraron mejoras en cuanto a la felicidad y a su satisfacción con la vida.

¿A qué se debe eso? Los investigadores no tienen una respuesta para esa pregunta, pero sí detallan que desactivar Facebook significó un gran regalo para los participantes: más o menos 60 minutos diarios en promedio. Aquellos que abandonaron la plataforma pasaron más tiempo con amigos y familiares y también viendo televisión solos.

Lo interesante es que no estuvieron más tiempo conectados a la red (lo que significa que contrario a lo que se podría esperar, no reemplazaron Facebook por otras plataformas de redes sociales como Instagram).

Salir de Facebook también llevo a los participantes a poner menos atención a la política. Aquellos del grupo de tratamiento mostraron menor probabilidad de dar respuestas correctas a preguntas sobre noticias recientes y también menor probabilidad de decir que siguen las noticias acerca de temas políticos.

Tal vez como resultado, desactivar Facebook generó un descenso importante de la polarización política. Respecto a temas políticos, demócratas y republicanos del grupo de tratamiento exhibieron desacuerdos menos pronunciados que aquellos del grupo de control. (Esto no es porque los grupos fueran distintos; miembros de ambos, elegidos al azar, estuvieron igual de dispuestos a dejar de lado la red social por la suma correcta de dinero).

Es razonable especular que si bien la gente absorbe política en sus perfiles de Facebook, lo que ven está sesgado hacia la dirección que prefieren, lo que se traduce en mayor polarización.

En este punto, usted podría pensar que estos descubrimientos son algo terrible para Facebook. De hecho, aquellos del grupo de tratamiento afirmaron que planean usar menos la plataforma en el futuro, y tras concluir el experimento hicieron exactamente eso.

No obstante, hay un problema. Luego de pasar un mes sin Facebook, el monto promedio que los usuarios exigieron para desactivar sus cuentas por otro mes se mantuvo alto: US$ 87. EE.UU. registra 172 millones de usuarios de Facebook.

Suponiendo que el usuario promedio exige US$ 87 para dejar de utilizar la plataforma por un mes, una simple multiplicación sugiere que la red social otorga beneficios a los estadounidenses: si cada usuario recibe el equivalente a US$ 87 en beneficios mensuales, el monto total asciende miles de millones al año.

Con ese hallazgo en mente, Allcott y sus coautores ofrecen una conclusión sólida, que debe hacer sentir bien a los ejecutivos de Facebook.

Los investigadores insisten que en el balance, la red social produce "flujos enormes de excedentes para los consumidores", en forma de esos miles de millones de dólares en beneficios, por los cuales los usuarios no pagan nada (al menos no en términos monetarios).

Quizás eso sea correcto, quizás no.

Recuerde que aquellos que desactivaron sus cuentas aseguraron estar mejor en varias dimensiones: más felices, más satisfechos con sus vidas, menos ansiosos, menos deprimidos. Así que hay una verdadera paradoja: los usuarios de Facebook están dispuestos a dejar ir una suma importante de dinero, todos los meses, para sentirse más desdichados.

Para resolver la paradoja, considere dos posibilidades.

La primera es que la medición más importante, el estándar más alto, es la experiencia real de la gente. Cuando la gente dice que exigiría US$ 87 para dejar de usar Facebook por un mes, están cometiendo un gran error. La cifra monetaria podría reflejar un simple hábito (tal vez la gente solo está acostumbrada a tener Facebook en sus vidas), o una norma social prevalente, o incluso un tipo de adicción.

La segunda posibilidad es que las respuestas del sondeo sobre bienestar personal, incluida la ansiedad y la depresión, no capturan todo lo que le importa a la gente.

Por ejemplo, Allcott y sus coautores muestran que los usuarios de Facebook saben más sobre política. Aquellos que siguen las informaciones sobre política se vuelven más ansiosos y depresivos, pero mucha gente sigue al tanto del acontecer político. No lo hacen para ser felices, sino por curiosidad y porque creen que eso es lo que hacen los buenos ciudadanos.

De manera similar, los usuarios de Facebook podrían querer saber lo que sus amigos hacen y piensan, porque es bueno saber eso, más allá de que los haga más felices o no.

Ambas de estas posibilidades sin duda capturan parte del panorama, pero es importante no perder vista de la implicancia más llamativa sobre la investigación: el uso voluntario de Facebook (y probablemente el de Twitter también) hace que mucha gente se estrese y se entristezca. Para muchos de nosotros, desactivar la plataforma podría terminar siendo un regalo de beneficios permanentes.

Por Cass Sunstein

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

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