Samsung
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El teléfono inteligente con pantalla plegable, que comenzará a vender a fines de abril, es mucho más que un artilugio costoso. Con el lanzamiento del de US$ 1,980, Samsung desafía el dominio de los precios prémium que ostenta Apple y desata, en lo que parecía ser un mercado maduro, la misma clase de competencia que Apple inició con el primer iPhone.

El precio, desde luego, es pura desfachatez. Cuando lanzó el iPhone en enero del 2007, lo hizo a US$ 399 con un contrato de dos años, más de lo que la mayoría de los teléfonos móviles costaba ese año, pero el dispositivo insignia de Nokia en el 2007, el N95, costaba US$ 700 desbloqueado y ni siquiera tenía un teclado completo.

Samsung, sin embargo, no busca ser Apple del 2007: quiere desplazar al Apple actual de la posición de mercado envidiable de capturar el 44.4% del valor total del mercado de smartphones en los tres últimos meses del 2018 y vender solo el 18.2% de las unidades.

Se puede argumentar que la habilidad de fijar precios prémium respecto a los productos de otras fabricantes es la mayor ventaja de Apple, establecida durante un par de años cruciales a fines de la década del 2000 mientras Nokia perdía el rumbo, Microsoft no competía y Google aún trabajaba en su sistema operativo Android.

Ahora Samsung quiere quedarse con la corona de la fijación de precios prémium con una innovación tan atrevida como la de Steve Jobs cuando abolió el teclado físico. El teléfono plegable añade otro dispositivo, la tablet, a la lista de aparatos que uno realmente no necesita si tiene un smartphone (aquella lista ya incluye a la cámara, el reproductor de música y el reloj, por nombrar algunos).

Es también el mayor cambio que ha visto el mercado desde el 2007. Uno puede quejarse sobre la dificultad de usar un teléfono plegable con una mano, esperar problemas de software (Android necesita una actualización importante para funcionar en un dispositivo que cambia de forma, al igual que las aplicaciones populares) o reclamar sobre lo voluminoso del teléfono --con dos baterías y dos pantallas-- pero el primer iPhone también recibió críticas solo por ser distinto e implicó una curva de aprendizaje.

Poder ver películas, disfrutar de videojuegos y leer libros en una pantalla de buen tamaño y seguir usando el equipo como teléfono de dimensiones razonables es una gran ventaja que al final se impone frente a todas las quejas.

Económicamente, optar por un en desmedro de una tablet no tiene sentido. Un iPhone de última generación y un iPad Pro se pueden obtener por el mismo precio y sin duda el par sería la compra más práctica: como tecnología de primera generación se puede anticipar que el Fold tenga más bugs que estos otros dispositivos ya perfeccionados.

No obstante, Samsung no busca hacerle una oferta razonable a los consumidores. Quiere apoderarse del derecho de fijar precios más altos que Apple. Citigroup proyecta que Samsung venderá cerca de un millón de Folds este año.

Al precio actual, eso sería un logro más importante que los 1.39 millones de unidades de iPhone que Apple vendió en el 2007. Las personas que compren el Fold no serán solamente usuarios pioneros: serán, hay que admitirlo, la clase de gente (llámelos fanáticos de la tecnología, aspirantes o simplemente banales) que ha ayudado a Apple a conseguir el poder de fijar precios altos. Se puede decir que será más "cool" tener un Fold que un iPhone porque es la novedad y también porque es muy caro, una combinación insuperable.

Para el iPhone la prueba real llegó en 2008, con el segundo modelo y un salto de las ventas, que se multiplicaron por ocho. Probablemente Samsung no experimentará una dinámica similar, pero si el Fold funciona de manera apropiada y no se rompe con facilidad, puede tener suficiente tiempo para establecerse como el nuevo rey de lo cool ya que otras fabricantes que trabajan en esta tecnología no podrán conseguir suficientes de estas nuevas pantallas: Samsung tiene ventaja frente a ellas en lo que respecta a la fabricación a escala. Tiene mayor capacidad de producción que sus rivales (la surcoreana LG Display y las chinas BOE y Visionox) juntas.

Samsung desde luego hace una apuesta. De todos modos, para la mayor fabricante mundial de smartphones, que sufre de márgenes de ganancias históricamente bajos, esta apuesta atrevida se justifica. Si el Fold despega, propiciará un nuevo ciclo para la industria de teléfonos inteligentes, que ha tenido problemas para crecer recientemente (las ventas cayeron 4.4% en el 2018).

Los competidores de Samsung como Huawei y Xiaomi, que también planean lanzar teléfonos plegables dentro de poco, se verán obligados a bajar los precios mientras los actores más grandes también compiten por la ergonomía y la funcionalidad de los nuevos equipos, algo que no ha ocurrido hace años en la industria. Samsung, sin embargo, puede intentar hacer lo que Apple ha hecho antes, aferrarse a los precios prémium. Esta vez, tiene la oportunidad de hacerlo bien.

Hay un posible incentivo para que los productores de smartphones pongan a disposición más teléfonos plegables: pese que se promociona que los dispositivos son muy durables, el hecho de plegar y desplegar constantemente puede hacer que no duren tanto como los smartphones actuales, que se reemplazan con cada vez menor frecuencia. A la industria le encantaría un ciclo de reemplazo natural más corto.

Apple, mientras tanto, enfrenta su momento Nokia. Es difícil que pueda hacer lo que hizo antes con las innovaciones previas de sus competidores como pantallas grandes o la eliminación de los engastes: simplemente copiarlas y subir el precio. ¿Un iPhone plegable de US$ 2,500 en el transcurso de este año? No sucederá, aunque Apple trabaja en un dispositivo plegable, como consigna una patente reciente.

¿Entonces cuál es el papel que puede desempeñar la firma revolucionaria de 2007 en la próxima revolución, contra rivales ansiosos de negarle su gigantesca porción de las ganancias tradicional? Es probable que Jobs hubiese tenido ya la respuesta. El director ejecutivo actual de Apple, Tim Cook, aún no da indicios de sus planes.

Por Leonid Bershidsky

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.