Por Peter Orszag
Si tuviera que adivinar, ¿cuál diría que genera más emisiones de carbono: los viajes aéreos o la producción de acero? Si se inclinó por el invento de los hermanos Wright en lugar del de Henry Bessemer, se equivoca.
La producción de acero representa alrededor de 7% a 10% de las emisiones de carbono totales, el doble de lo que proviene de los viajes aéreos. Las compañías líderes ahora están experimentando con nuevas técnicas para reducir estas emisiones, pero no es fácil. De hecho, demuestra por qué reducir la curva de carbono es tan difícil.
La descarbonización de la producción de acero requiere una combinación de nuevas tecnologías, cambios regulatorios y de precios, e innovación empresarial, por lo que es un microcosmos del desafío más amplio que enfrentan los Gobiernos y las empresas mientras buscan avanzar en la protección del medio ambiente.
El acero es una pieza central de la economía moderna porque es fuerte, versátil y duradero. Sin embargo, el proceso de fabricación conlleva emisiones de carbono en múltiples etapas. La más grande es el proceso de reducción, en el que se elimina el oxígeno del mineral de hierro natural para formar un arrabio purificado, que luego se combina con otros elementos para producir acero.
El oxígeno se elimina del mineral mezclándolo con coque, una forma de carbón, y la reacción química emite dióxido de carbono. La mezcla también debe ocurrir a temperaturas muy altas, por lo que requiere una cantidad sustancial de energía, que generalmente implica más emisiones de carbono.
El llamado acero verde es un enfoque alternativo factible, pero es más caro. Como Bill Gates escribe en su nuevo libro sobre el cambio climático: “¿Por qué lo hacemos de esta manera? Porque es barato y hasta que comenzamos a preocuparnos por el cambio climático, no teníamos incentivos para hacerlo de otra manera”. Gates estima que el costo adicional en la fabricación de acero verde fluctúa entre 16% y 29%, una prima considerable, pero no astronómica.
De esta forma, la pregunta se convierte en con qué rapidez la cuota de mercado del acero verde puede expandirse con el tiempo. Lo que está en juego, tanto para las empresas como para el planeta, es considerable. La Agencia Internacional de Energía proyecta que desde ahora hasta el 2050, la demanda mundial de acero aumentará en un tercio.
McKinsey estima, sin embargo, que las compañías siderúrgicas globales perderán 14% de su valor, en promedio, si no pueden reducir su impacto ambiental. La consultora concluye que “la descarbonización debería ser una prioridad para seguir siendo económicamente competitivos y retener la licencia de la industria para operar”.
Los principales fabricantes de acero están adoptando tres enfoques básicos para producir acero verde. Uno de ellos es reducir la huella de carbono de los altos hornos utilizados para fundir hierro, por ejemplo, utilizando productos de biomasa en lugar de coque para eliminar el oxígeno del mineral de hierro, o capturando el dióxido de carbono liberado del uso de coque.
Dichos pasos pueden reducir significativamente las emisiones, pero los cambios en el alto horno por sí solos no pueden lograr emisiones netas cero en la producción de acero.
El segundo enfoque es utilizar hornos de arco eléctrico para convertir la chatarra de acero en nuevos productos de acero. Si se utiliza energía renovable para alimentar los hornos, el resultado puede ser una reducción drástica de las emisiones. Los desafíos son obtener suministros suficientes de energía renovable (y poder almacenarlos) y chatarra de acero.
La ruta final es usar hidrógeno para transformar el mineral de hierro y también para alimentar los hornos de arco eléctrico. Cuando se usa hidrógeno en lugar de coque para eliminar el oxígeno del mineral de hierro, el subproducto es agua en lugar de dióxido de carbono. Y cuando el hidrógeno se produce utilizando fuentes renovables, puede ser una fuente constante de energía verde. Esta tecnología está disponible hoy, pero es muy costosa.
Los responsables de formular las políticas en todo el mundo se centran mucho en reducir las emisiones de los automóviles, aviones y centrales eléctricas. Pero solo lograrán alcanzar emisiones cero netas si también prestan atención a preguntas menos glamorosas, como la forma de modificar la manera como fabricamos acero.
Si bien la mayor parte del trabajo involucrado debe realizarse en el sector privado, los Gobiernos pueden ayudar. El papel del hidrógeno en particular atraviesa muchos aspectos del cambio climático, no solo el futuro del acero.
El cambio al hidrógeno a gran escala en múltiples sectores probablemente requerirá una importante ayuda gubernamental, dada la investigación y el desarrollo que aún se necesitan, la escala de las inversiones y la necesidad de asegurarse de que las regulaciones de emisiones, tal vez incluyendo la fijación de precios del carbono, faciliten el cambio.
A medida que nos acercamos a la conferencia sobre cambio climático de Glasgow a finales de este año, el ejemplo del acero ilustra una verdad fundamental: llegar a emisiones cero netas de carbono requerirá no solo voluntad política sino que también nuevas tecnologías, muchas de las cuales involucran hidrógeno.