Es como una competencia de diseño. Casi nadie pensaría que los bancos centrales pueden arreglar una economía mundial estancada con sus herramientas actuales. Por lo tanto, algunos de los nombres más reconocidos en finanzas intentan inventar nuevas soluciones.
Las propuestas hasta ahora —como sugerencias recientes del multimillonario Ray Dalio y el experto en política monetaria Stanley Fischer— tienen algo en común: prevén que los banqueros centrales, que alguna vez fueron todopoderosos, asumirían un rol menos importante y colaborarían con los gobiernos.
Este tipo de estímulo solía ser tabú, en parte porque corre el riesgo de erosionar la independencia de la política que los responsables de política monetaria tanto valoran, y el presidente Donald Trump ya presenta una amenaza. La historia está llena de casos de alerta en los que la fusión del rol del banco central y del Tesoro condujeron a una inflación descontrolada.
Sin embargo, en este momento, la deflación es la gran amenaza. Un consenso emergente indica que es posible que la próxima recesión deba combatirse con inyecciones directas y permanentes de efectivo, conocidas como “helicóptero de dinero”, y que los bancos centrales no pueden entregarlas solos.
Formuladores de política monetaria pueden alentar a actores privados a gastar o invertir, haciendo que los préstamos sean más baratos. Sin embargo, según estándares históricos, las tasas de interés ya están casi en el fondo y las tarjetas de crédito de hogares y empresas están casi al límite. En la era de tasas bajas, los gobiernos son los que han tomado préstamos.
Lo que surge de nuevo es “la vieja idea de la política monetaria que a veces empuja una cuerda”, dijo recientemente Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro de EE.UU. y ahora profesor de la Universidad de Harvard, a Bloomberg Television. “Tenemos que pensar mucho más —para la estabilización económica— en mecanismos que impliquen estimular la demanda directamente”.
Ese es el código para involucrar la política fiscal. A través de sus presupuestos, los gobiernos no tienen que presionar la cuerda. Pueden abrir los grifos y gastar directamente en la economía o aumentar el poder adquisitivo de los consumidores o las empresas mediante la reducción de impuestos.
Esta nueva línea de pensamiento dice que los bancos centrales también pueden optar por este camino: una idea conocida en la jerga como cooperación fiscal-monetaria, que los economistas ahora tratan de desarrollar. Podría resolver problemas, y tal vez crear algunos nuevos, en ambos lados.