En 1992, Suecia nacionalizó (y posteriormente fusionó) dos bancos: Gota Bank y Nordbanken, que en su mayoría eran propiedad del Estado. Al igual que en Estados Unidos 15 años después, los precios del sector inmobiliario habían crecido por primera vez y luego se desplomaron, haciendo caer a los bancos con ellos.

En el 2001 Nordbanken se combinó con prestamistas daneses, noruegos y finlandeses para crear Nordea, el banco más grande de la región. No fue sino hasta setiembre del 2013 que el gobierno sueco vendió sus últimas acciones en Nordea, con lo que finalmente dio por cerrada una crisis con 20 años de antigüedad.

Las crisis bancarias dejan cicatrices profundas y duraderas en las economías y sociedades. La del 2007-08 fue la peor y más grande desde la década de 1930, por lo que la recuperación estaba destinada a tomar tiempo.

En un estudio publicado en el 2014 sobre 100 crisis financieras desde la década de 1890, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, dos economistas de Harvard, encontraron que el ingreso real por persona demoró un promedio de ocho años para volver a los niveles previos a la crisis. Identificaron doce países donde crisis sistémicas comenzaron en el 2007-08, de las cuales siete han escalado hasta ahora al menos a su punto de partida.

El crecimiento económico en Estados Unidos se reinició en el 2009 y ha continuado desde entonces, en uno de los períodos más largos de expansión desde la segunda guerra mundial. El desempleo se ha reducido al 4.7%.

Pero el crecimiento ha sido inusualmente lento, con un promedio de solo 2.1% al año. La economía recuperó su nivel de PBI por persona antes de la crisis apenas en el 2013. Muchos estadounidenses sienten que la prosperidad es algo que les sucede a otras personas, como las que trabajan en Wall Street.

Las crisis bancarias también tienen el hábito de convertir las deudas privadas en públicas: cuando los bancos se ven abrumados por ridículas operaciones crediticias, los gobiernos intervienen. La proporción de la deuda de Estados Unidos con respecto al PBI aumentó cerca de la mitad entre el 2007 y 2011. Las de Grecia, Irlanda y España subieron aún más. Aunque algunos han disminuido en el último par de años, los ratios de los países todavía están muy por encima de los niveles anteriores a la crisis.

Los tipos de interés y balances de los bancos centrales también siguen llevando la huella de la crisis, en particular porque la política monetaria y no la fiscal ha sido el principal, incluso único, medio de apoyo macroeconómico después de la crisis.

Incluso si la Fed eleva su principal tasa de interés en otros tres cuartas partes de un punto porcentual este año, como la mayoría de los pronosticadores esperan, eso todavía la dejará por debajo de lo que estaba cuando Lehman colapsó. El Banco Central Europeo, que redujo su tasa de referencia a cero hace apenas un año, sigue acumulando bonos, aunque más lentamente.

Los efectos de la crisis no solo se ven en los escuetos datos económicos; también se sienten muy adentro. Entre las muchas y complejas causas del populismo que llevó a Trump a la Casa Blanca y sacó a Gran Bretaña de la Unión Europea, está el resentimiento de las "élites" mal definidas: acomodadas, educadas, a gusto con la globalización y que les vaya bien con ella, mientras que la gente común lucha para llegar a fin de mes. Relacionado con eso está la ira contra la crisis, sus consecuencias, el rescate de los bancos y el conocimiento de que los banqueros todavía ganan dinero en cantidad.

No hay nada nuevo en ello. Las crisis económicas siempre tienen consecuencias políticas, que retornan en bucle a la política económica durante décadas. Los temores gemelos de Alemania sobre la inflación y la ineficacia fiscal, que posiblemente han frenado la recuperación en la zona euro después de la crisis del 2007-08, tienen sus raíces en una serie de calamidades económicas del siglo XX que datan de la hiperinflación de los años veinte.

La Fed de Estados Unidos fue fundada en 1913 en respuesta a una severa crisis en 1907; los argumentos perennes del país sobre el papel apropiado de un banco central, y de hecho la necesidad de uno en absoluto, comenzaron cuando el primer banco de Estados Unidos fue establecido en 1791.

Las crisis a menudo provocan una revisión general de regulaciones, con la esperanza de evitar una repetición. Gran parte del actual aparato complicado de regulación financiera estadounidense –la Corporación Federal de Seguros de Depósitos, la Comisión de Valores y Bolsa, Fannie Mae– se creó después del catastrófico colapso bancario de 1933.

La Oficina del Contralor de la Moneda fue un producto de la guerra civil. Nadie sabe si la ley Dodd-Frank sobrevivirá al asalto prometido por Trump o si se completará la última versión de los estándares de adecuación de capital de Basilea. Pero cualquiera que sea el resultado, es probable que los argumentos derivados de la crisis del 2007-2008 continúen durante años.

'Agárrense'Nadie tampoco sabe cuándo o dónde ocurrirá la próxima crisis, pero parece seguro que vendrá otra en algún momento, en alguna parte. En "This Time Is Different", un libro publicado en el 2009, Reinhart y Rogoff escribieron que las crisis bancarias son "una amenaza de igualdad de oportunidades" -tan comunes, a lo largo de la historia, tanto en los países ricos como en los mercados emergentes.

Las frívolas acumulaciones de deuda son una señal de advertencia. En los últimos dos años, China, escenario de otro boom inmobiliario impulsado por el crédito, ha parecido la economía más vulnerable.

¿Están los bancos de Occidente seguros por ahora? Las recientes quejas de los banqueros sobre los requisitos de capital y la carga de supervisión han causado que algunos se preocupen de que los malos viejos hábitos puedan estar regresando. Esas quejas tienen diferentes causas en ambos lados del Atlántico.

Los bancos de Estados Unidos piensan que son lo suficientemente fuertes como para que sus arneses se aflojen, mientras que algunos europeos lamentan que la regulación está frenando su recuperación. Pero para ambos grupos el recuerdo de hace diez años todavía está lo suficientemente fresco como para inculcar gran precaución.

Los bancos nunca están completamente seguros, pero es probable que no deberían estarlo. El capitalismo, después de todo, prospera con el riesgo. La mejor preparación para la catástrofe es un grueso amortiguador de capital, y los bancos están ciertamente mejor revestidos de lo que estaban hace una década. Sin embargo, a posteriori es difícil imaginar cómo podría haberles ido mucho peor.