Angela Merkel. (Bloomberg).
Angela Merkel. (Bloomberg).

Por Ashoka Mody

El inminente final del último mandato de la canciller alemana supone un gran desafío tanto para su país como para todo el proyecto europeo. Si su sucesor no logra rescatar a la economía alemana de su caída hacia un estatus de segunda categoría, la unión podría perder a su apoyo financiero más importante.

Desde el anuncio de Merkel de que no buscará la reelección en 2021, la atención se ha centrado en si su sucesor estará más dispuesto a aceptar el tipo de modelo de riesgos compartido que se necesita para hacer del euro una moneda viable, lo que significa una unión bancaria más completa y más apoyo fiscal para los países miembros en dificultades. Friedrich Merz, uno de los principales aspirantes a sustituir a Merkel, ha dado a entender que podría intentarlo, aunque sigue siendo escéptico respecto a las "viejas ideas francesas" para financiar una integración más profunda.

Sin embargo, incluso si el próximo líder de puede convocar la voluntad política, existe otro obstáculo: una economía en declive, que amenaza con socavar la confianza que los alemanes necesitan para desempeñar un papel más proactivo. Asediado en múltiples frentes, el país está teniendo dificultad por alcanzar niveles de vida más altos.

Para casi la mitad de la población, los ingresos no han aumentado en una generación.Las señales de advertencia se activaron en el primer mandato de Merkel. Las empresas alemanas, por ejemplo, se han destacado durante mucho tiempo por su innovación, medidas por el número de patentes registradas en Estados Unidos, pero para 2007, las empresas coreanas ya las habían alcanzado. Ahora registran casi el doble del número que sus homólogos alemanes, gracias a las enormes inversiones en educación e investigación. China también ha ido ganando terreno, uniéndose a Corea en reivindicar el liderazgo tecnológico mundial.

Merkel entendió el desafío. En 2010, prometió un gran impulso a la inversión en educación e investigación. Invocó la Época de la Ilustración del siglo XVII, cuando el deslumbrante progreso intelectual colocó a los europeos en la frontera del conocimiento humano. Reconoció que los líderes chinos estaban haciendo un esfuerzo concertado para retornar al apogeo que la ciencia china disfrutaba en el siglo X.

Pero Alemania no alcanzó su objetivo. En 2015, los estudiantes de secundaria coreanos y chinos superaban a sus homólogos alemanes en ciencias y, especialmente, en matemáticas. Aunque las universidades coreanas no se han establecido de forma segura en los niveles superiores, las dos mejores universidades chinas se sitúan por encima de las mejores universidades alemanas. De hecho, según la frecuencia con que se cita su investigación en ciencia y tecnología, las universidades chinas ocupan los dos primeros puestos a nivel mundial y cuatro más entre los 15 primeros. Ninguna institución europea está siquiera en esa lista de elite.

La industria automovilística es un ejemplo de cómo Alemania está perdiendo su ventaja. El país ha disfrutado durante mucho tiempo de una reputación formidable por su calidad, rendimiento y estilo. Pero eso podría estar cambiando. En un escándalo que crece cada vez más, los reguladores estadounidenses y europeos detectaron que empresas alemanas manipularon las normas de emisión de sus vehículos diésel.

Mientras hacen grandes esfuerzos por cumplir con las normas, los fabricantes de automóviles del país se enfrentan a una transformación regulatoria más amplia, y algunas autoridades municipales están prohibiendo la circulación de automóviles en los centros de las ciudades.Mientras tanto, a medida que los autos eléctricos reemplazan a la combustión interna, los fabricantes alemanes siguen profundamente arraigados a la vieja tecnología diésel. Merkel y su gobierno han tratado de aliviar su dolor retrasando normas de emisión más estrictas y aplazando la prohibición del uso de automóviles, pero esta es una batalla perdida. Los alemanes valoran más el aire más limpio. La transición a autos eléctricos hará que las tecnologías utilizadas por los fabricantes y sus proveedores queden en gran medida obsoletas, lo que causará grandes trastornos.

Hay más. Los legendarios bancos alemanes han servido bien a las pequeñas y medianas empresas del país. Sin embargo, los bancos sufren de una rentabilidad crónicamente baja, especialmente en la red de instituciones semipúblicas, las Sparkassen y los Landesbanken, que por lo general son propiedad o están bajo control de municipios y gobiernos estatales. En 2001, la Comisión Europea determinó que los Landesbanken estaban recibiendo subvenciones injustas. Al perder el acceso a los subsidios, los Landesbanken apostaron por la redención en el mercado de las hipotecas de alto riesgo de EE.UU. y en otras asociaciones riesgosas. Como era de esperar, sangraron profusamente.

Quizás la mayor debilidad de Alemania sea el Deutsche Bank, con un precio de la acción que sigue siendo de menos de la décima parte que alcanzaba en mayo de 2007, antes de la crisis de las hipotecas de alto riesgo. En los últimos años, los reguladores estadounidenses y británicos han multado al banco con cientos de millones de dólares por representaciones impropias y posible lavado de dinero. Actualmente está siendo investigado por separado por ayudar a criminales y al Danske Bank de Dinamarca en el lavado de grandes sumas de dinero.

Es evidente que su modelo de negocio no funciona. Si flaquea, su tamaño y sus conexiones sistémicas globales podrían suponer una carga sustancial para el gobierno.

Las ideas impulsan una economía moderna. Sin embargo, la política económica alemana de mayor alcance durante la generación pasada, las reformas laborales de Gerhard Schröder, redujeron los incentivos para invertir en capital humano al facilitar el despido de empleados.

Los trabajadores se volvieron prescindibles, la desigualdad aumentó y la sensación de inseguridad se extendió. Subir la escalera económica se hizo más difícil. Muchos alemanes decepcionados se volcaron al partido euroescéptico y antinmigración Alternative für Deutschland. Una creciente rebelión dentro de los demócratas cristianos de Merkel erosionó su autoridad. Estas fisuras políticas cada vez más profundas llevaron a un Parlamento alemán fragmentado en las elecciones federales de 2017, poniendo en peligro la alabada estabilidad política de Alemania.Alemania debe deshacerse de su estrecha dependencia de la excelencia de la ingeniería y de la financiación bancaria, y avanzar hacia una estructura más flexible en la que puedan prosperar las tecnologías emergentes. Esto requiere principalmente la escala de inversión en educación y modernización del currículo al que Merkel apuntó, pero que no alcanzó. La educación tiene un doblemente beneficio: Fomenta el crecimiento y da esperanza a los que se quedan atrás. El gobierno también debe consolidar las Sparkassen y los Landesbanken en dos o tres bancos, al tiempo que suprime sus subvenciones. Y si Deutsche Bank no se reestructura y se reduce, seguramente se convertirá en una responsabilidad pública.

El historiador económico Charles Kindleberger describió a una potencia hegemónica como aquella que hace sacrificios financieros a corto plazo para ayudar a otros países, creyendo que la prosperidad en otros lugares la beneficia. Alemania se encuentra en la última fase de su prominencia mundial, una nación que, sin saberlo, ya no estará en los primeros lugares. La cuestión es si está demasiado apegado a sus hábitos, con demasiados intereses creados, para cambiar de rumbo.

La tarea del próximo canciller es clara: revitalizar la economía. Sólo entonces los alemanes mostrarán su voluntad de hacer más por Europa.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

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