Redacción Gestión

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(Bloomberg View).- El Gobierno de ha llegado a un acuerdo con los principales acreedores holdouts del país, y la saga que ya lleva 15 años de malas gestiones financieras parece llegar a su fin. Esta es una buena noticia. Y sería aún mejor si se aprendieran las lecciones de este fiasco de tal modo que nada parecido volviera a suceder.

Sin lugar a dudas, la lección principal es "No pida prestado más de lo que pueda devolver". Y hay otra lección más. La larga guerra entre Argentina y sus acreedores apunta a una peligrosa brecha en el sistema financiero internacional: Cuando un gobierno no puede pagar sus deudas, ningún tribunal de quiebras se acerca para supervisar. Argentina es la prueba de que es necesario algún tipo de acuerdo.

El nuevo presidente de Argentina, Mauricio Macri, rompió el estancamiento al optar por hacer un trato. Elliott Management y otros fondos de cobertura compraron deuda argentina barata, para luego presionar para que se les pague en su totalidad a pesar de que muchos otros acreedores se habían conformado con devoluciones parciales.

Como el litigio se prolongó, un tribunal estadounidense se puso del lado de los holdouts, en parte debido a la sostenida intransigencia argentina. (Llegó un momento en que la antecesora de Macri, Cristina Fernández de Kirchner, calificó al juez de "senil").

Macri se ha comprometido a pagar el 75% de lo que se adeuda a los principales holdouts, que parecen estar satisfechos. El Congreso de Argentina tiene que manifestarse para que el acuerdo sea aprobado, pero esto también parece estar encaminado.

El acuerdo sirve para que se renueve el acceso de Argentina a los mercados de capital internacionales, y darle así al programa de reforma económica de Macri alguna probabilidad de éxito. Todo esto ha tomado demasiado tiempo, pero igualmente es bienvenido.

ArgentinaDe cara al futuro, sin embargo, habrá que tener en cuenta que Elliott y los otros acreedores estaban en su derecho -y que su posición de negociación fue, al final, reivindicada. Ellos se beneficiaron, aunque no sucedió lo mismo con los acreedores que resolvieron prontamente sus reclamos.

¿Por qué eso se considera un problema? Porque un buen procedimiento de quiebra trata a los acreedores equitativamente y minimiza el daño económico mediante la resolución rápida de la cuestión. La guerra entre Argentina y los holdouts quedará como un caso clásico de desigualdad entre acreedores, sumado al máximo daño económico.

Según las cláusulas de acciones colectivas, que hoy en día se incluyen en la mayoría de los contratos de deuda soberana, se hace más difícil ser un holdout. Resultan útiles, pero según quedara demostrado en la crisis de la deuda griega, no siempre son suficientes.

Se necesita también un mecanismo de reestructuración de la deuda soberana, preferentemente interpuesto a través del Fondo Monetario Internacional. La idea estuvo una vez a punto de ser llevada a cabo. Habría que revivirla ahora.

El incumplimiento de una deuda es mala noticia, sea como sea que se mire, pero las consecuencias no tienen que ser tan nefastas como lo han sido en el caso de la Argentina.

La culpa de este drama la tienen casi en su totalidad los líderes de la nación, aunque un sistema mejor de resolución de la deuda habría ayudado tanto al país como a sus acreedores originales. Recordemos que el incumplimiento de la deuda argentina no será el último que suceda.

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