Reflexiones sobre la diversidad lingüística y cultural en el entorno digital: Una perspectiva desde las humanidades digitales
Por: Joaquín Alonso Suazo Luna Victoria, estudiante de la Carrera de Humanidades Digitales de la Universidad del Pacífico.
En el panorama actual, la digitalización ha trascendido su rol como mera herramienta para convertirse en un espacio dinámico donde se negocian constantemente el acceso, la identidad y la producción de conocimiento. Dentro de este nuevo escenario, las Humanidades Digitales emergen como un campo interdisciplinario con el potencial de conectar la tecnología con la complejidad de las dinámicas culturales. Desde esta perspectiva, resulta crucial plantear interrogantes como: ¿qué papel juegan las diversas manifestaciones culturales y lingüísticas en el mundo digital? ¿Es acaso internet un espacio intrínsecamente abierto a la multiplicidad de voces, o bien reproduce, en muchos casos, estructuras de exclusión históricamente arraigadas?
Si bien suele presentarse a las tecnologías digitales como inherentemente democráticas, esta noción se debilita al observar la persistencia de desigualdades culturales y lingüísticas en plataformas de alcance global. Las lenguas mayoritarias —como el inglés, el español o el chino mandarín— dominan la creación y difusión de contenidos, mientras que innumerables lenguas originarias permanecen prácticamente invisibles en el ciberespacio. Esta exclusión lingüística no se limita a un problema técnico; constituye una forma de silenciamiento que impacta negativamente en los lazos sociales, culturales y políticos de comunidades enteras.
No obstante, las Humanidades Digitales han comenzado a enfocarse en cómo la tecnología puede ser utilizada de manera ética y reflexiva para la preservación, revitalización y proyección de culturas minoritarias. Desde el desarrollo de archivos digitales colaborativos hasta la creación de plataformas de traducción comunitaria, surgen iniciativas que no solo documentan la diversidad, sino que buscan insertarla activamente en los circuitos digitales globales. En este contexto, lo digital se transforma en una herramienta de preservación de la memoria y creación colectiva.
Sin embargo, la presencia digital va más allá del simple acceso a internet. La inclusión real requiere que los usuarios puedan interactuar con la tecnología en su propia lengua, desde marcos culturales que les sean propios. Es aquí donde el concepto de diálogo intercultural se vuelve fundamental: no se trata únicamente de “dar espacio” a la diversidad, sino de construir estructuras que permitan una interacción horizontal y de enriquecimiento mutuo entre culturas en el entorno digital.
En este sentido, proyectos como Rimay, una plataforma que facilita la grabación y el intercambio de audios en quechua, representan un avance significativo al otorgar visibilidad a una lengua históricamente marginada del ámbito tecnológico. La propuesta de Rimay no solo ofrece un espacio para el quechua, sino que constituye un acto que reivindica su valor como lengua viva y relevante en el siglo XXI. Es, además, un ejemplo de ciudadanía digital inclusiva, donde la participación no exige la adaptación a un modelo predominante, sino que permite la expresión de la propia identidad lingüística e histórica en el espacio público digital. Es importante señalar que Rimay no es la única iniciativa que cumple esta función vital. Encontramos esfuerzos notables como el de Héctor Díaz, becario del PRONABEC reconocido por su innovación en la revitalización de lenguas originarias a través de la tecnología con su plataforma Gaia, lo que subraya el creciente compromiso de jóvenes peruanos con esta causa. Asimismo, la incorporación del quechua en plataformas de traducción masiva como Google Translate, también evidencia un reconocimiento de la importancia de incluir estas lenguas en el panorama digital global. Estos ejemplos, junto con Rimay, ilustran un movimiento más amplio hacia la inclusión lingüística en el entorno digital.
Aun así, iniciativas como Rimay tropiezan con las barreras inseparables de las tecnologías diseñadas bajo estándares lingüísticos y técnicos limitantes, que excluyen lo que no se ajusta a sus parámetros. Estas barreras invisibles perpetúan la idea de una única forma válida de comunicar y concebir el mundo digital.
Por ello, el papel de las Humanidades Digitales no debe limitarse a la adaptación de herramientas existentes, sino que debe impulsar la creación de nuevas formas de diseño, de narrativas y de relaciones tecnológicas. Se trata de diseñar con las comunidades, y no simplemente para ellas. De fomentar espacios de cocreación donde el conocimiento académico, el técnico y el ancestral se encuentren y se fortalezcan mutuamente.
En conclusión, la diversidad cultural en la era digital no es un objetivo secundario, sino una condición necesaria para un desarrollo social completo. La tecnología, lejos de ser neutral, puede actuar como aliada o como obstáculo, dependiendo de su uso y diseño. Las Humanidades Digitales, desde su perspectiva crítica y su compromiso con la justicia epistémica, nos invitan a construir un internet más plural, donde cada lengua, cada cultura y cada historia tengan la oportunidad de florecer. Iniciativas como Rimay nos recuerdan que el diálogo intercultural genuino comienza con el reconocimiento del otro como un igual en el vasto espacio digital.