(Extraído del libro Pensando Fuera de la Curva)
Mi profesor de música había cantado ópera en el Teatro alla Scala y, por lo tanto, era un experto dominando el “do, re, mi” del bel canto. Un accidente automovilístico lo sacó de los escenarios y lo metió en las aulas de mi primaria. Fue así como se cruzaron -cual notas del pentagrama- su destino con el mío, un pequeño de ocho años que lo único que añoraba en la vida era estar lo más cerca posible a la pelirroja protagonista de la obra musical de fin de año que por coincidencia era la niña más hermosa de la escuela.
Con el puesto de “galán”, vacante por culpa del sarampión, Il Maestro, como exigía que lo llamemos, se vio forzado a hacer una prueba de último minuto para cubrir semejante vacío. Debo confesar que soy ronco desde que dije mi primera palabra y desde entonces, mi tono de voz ha sonado más a la de un desafinado padrino de la mafia siciliana que a la de uno de los Niños Cantores de Viena. Pero siempre he sido un irreverente desvergonzado. Por eso, sin medir las consecuencias, decidí probar suerte y entrar al mundo del bel canto, sin haber nacido para el asunto, con tal de participar en la mentada pieza musical.
Llegado mi turno, el día del casting, Il Maestro me pidió que le diera un “re mayor”. Yo, que no tenía “la menor” idea de lo que esto significaba, entoné con entusiasmo algunas irritantes notas cuyo gutural estruendo hizo que a mi lado el canto de un gallo suene al mismísimo Andrea Bocelli entonando el Angelus del Mediodía. Ante semejantes alaridos, Il Maestro, mirándome con profundo desprecio, vociferó su experto veredicto: “Usted, nunca podrá ganarse la vida con el canto”. Cargando en mis espaldas las burlas del salón de clases, fui condenado a ver a mi platónico amor desde el lejano ostracismo de las graderías porque no logré siquiera obtener el papel de árbol que me lo ganó otro niño que no era alérgico al polen.
Los negocios están llenos de expertos que al igual que Il Maestro emiten juicios basados en su propia experiencia y, aunque los hay de todo tipo y en toda materia, en el campo de la innovación particularmente no creo que existan, aunque muchos hayan sucumbido a la cursi y banal tentación de autodeclararse uno de aquellos.
Nuestros conocimientos actúan como un filtro que eliminan o limitan nuestra creatividad e imaginación. Esto sucede en parte porque el proceso de aprendizaje, al que hemos sido sometidos desde pequeños, es meramente acumulativo. Hemos aprendido a almacenar, uno sobre otro, miles de conocimientos y a esto le hemos puesto el nombre de “experiencia”. Pero el aprendizaje acumulativo no crea, sólo recicla; no innova, sólo mejora.
Cuando se aprende sin desaprender se acumulan creencias que difícilmente estamos dispuestos a eliminar. El hecho que usted haya aprendido que la Tierra es redonda, por ejemplo, eliminó de su mente otras cientos de posibles alternativas (es cuadrada, triangular, octogonal, amorfa, etc.) que nunca más tomará en consideración. Aunque es relativamente fácil comprobar, desde el espacio, la forma de nuestro planeta, la mayoría de conceptos y creencias que acumulamos en nuestra mente no lo son. De hecho, es posible que muchas de las ideas y pensamientos que como civilización consideramos verdades no debatibles hasta el día de hoy -sean o no de naturaleza científica- cambien radicalmente en el futuro, tanto así, que nos van a hacer ver como hombres de las cavernas en unos cien años. Es que no hemos desarrollado la capacidad de desaprender. No estamos preparados para destruir o atentar contra nuestras propias creencias y por eso tomamos nuestros conocimientos y nuestra “experiencia” cómo sí fueran verdades dogmáticas tal cual lo hicimos con la redondez de la Tierra.
Ahora bien, las actividades que le dan de comer a la mayoría de las personas se basan en este aprendizaje acumulativo. Usted gana dinero porque tiene “experiencia” en lo que hace que no es otra cosa que repetir lo mismo que hizo ayer, obteniendo hoy los mismos resultados que obtuvo en el pasado. Esta experiencia está basada en acumular vivencias pasadas. A un ingeniero lo contratan en base a su “experiencia” porque el mercado sabe que este profesional repetirá la performance que tuvo construyendo tal o cual edificación. Al sujeto que puede repetir en el presente la performance lograda en el pasado lo hemos bautizado bajo el glamoroso nombre de “experto”.
Pero quienes realmente se dedican a la innovación, en un marco enteramente práctico, saben que la palabra “experto” no aplica ni les sienta bien. Es que la innovación no tiene que ver ni con la experiencia ni con los resultados pasados, sino más bien con la destrucción de paradigmas que no son otra cosa que nuestras más arraigadas creencias que se basan justamente en el pasado. Entonces no es posible ser “experto” en algo que no tiene absolutamente nada que ver con la experiencia. Piénselo bien, la innovación no repite, la innovación cambia, la innovación descubre, la innovación no repasa. Para innovar es necesario cuestionar todas nuestras creencias en cualquier momento por más absolutas y verdaderas que éstas parezcan y hacer esto es exactamente lo opuesto a la experiencia. Es que el innovador no acumula, el innovador descarta.
Entonces, aunque el mundo académico ha producido algunos, personalmente no creo que en el mundo real exista un solo “experto en innovación”. Al menos yo no soy uno de ellos (que Dios me libre de serlo).
¿Ya vio usted? A veces es bueno hacer caso omiso a los consejos de los expertos. No haber nacido para el canto no significa que uno esté sentenciado a no poder vivir de él. De hecho, ya en la universidad y con el objetivo de ahorrar para comprar mi primer automóvil, hice una pequeña fortuna cantando los fines de semana fuera de las iglesias. ¿Cómo así? Pues, colocándome un pequeño cartel de cartón alrededor del cuello que decía lo siguiente:
Si le gustó este mensaje a la conciencia pueden dejarme su comentario en el link que se muestra en la parte inferior de este párrafo. Estoy sorteando una clase de canto entre los participantes. Ahora bien, si no le gustó, también puede dejarme sus insultos y ofensas en el mismo link o demandarme ante la Sociedad Protectora de Animales. En cualquiera de estos los dos casos, prometo responder.
https://www.linkedin.com/feed/update/urn:li:activity:6673223635198717952/
AVISO PARROQUIAL: Voy a dictar un Webinar auspiciado por PanAmerican Business School el día martes 16 de junio con el irreverente título: El porqué el Design Thinking no funciona (absolutamente) para innovar. El enlace para las inscripciones lo encontrarán en el primer comentario del link que he puesto en el párrafo anterior. El webinar es GRATUITO pero los espacios disponibles son realmente limitados. Esta actividad no es aconsejable para expertos y/o gerentes de innovación porque puede afectar susceptibilidades.
Hermanos y hermanas, el artículo ha terminado, podéis ir en paz.