Críticas a la hiperglobalización y reimaginando el orden económico global
Si bien con Trump se vislumbran fuertes afectaciones negativas a la economía internacional, al orden institucional global, a los derechos humanos y a la democracia; el documento que ahora comentamos fue publicado previamente a los resultados electorales de los EE.UU. Aquí se destaca que la hiperglobalización del mundo tenía serias contradicciones, y que se debía reimaginar el orden económico global. Ni lo que teníamos hasta ahora estaba bien, ni menos lo que podría venir.
El autor del artículo original es Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional de la Fundación Ford en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard. Es codirector del Programa reimaginando la economía y de la red economía para la prosperidad inclusiva. Este fue publicado en la Revista de Economía Keynesiana (Roke), vol. 12, n.º 3, de otoño de 2024.
Resumen
Para Rodrik un retroceso del modelo de integración económica profunda posterior a la década de 1990 era inevitable y no es necesariamente negativo. La preocupación actual por la desglobalización no debería impedirnos ver la posibilidad de que la crisis actual pueda, de hecho, dar lugar a una mejor globalización.
El ensayo describe las fragilidades del modelo de hiperglobalización y plantea dos prerrequisitos clave para la construcción de un mejor orden económico global: la priorización de los objetivos sociales, económicos y ambientales nacionales para construir sociedades y sistemas políticos más inclusivos; y evitar la primacía global por parte de las grandes potencias.
Luego se analiza los límites de la gobernanza global, haciendo hincapié en la necesidad de restringir nuestras ambiciones en materia de cooperación global a los ámbitos donde es más necesaria y donde es más probable que rinda frutos. El núcleo normativo del trabajo es una propuesta de meta régimen para el orden económico global que presupone un acuerdo entre los países sobre políticas económicas deseable, a la vez que fomenta la confianza (y una mayor cooperación) a lo largo del tiempo.
Se concluye argumentando que un modelo de globalización más reducido, donde los países dispongan (y reclamen) de una autonomía significativa para abordar sus desafíos internos, puede ser muy beneficioso para la economía mundial.
Desglobalización
El autor señala que se reconoce comúnmente que la era de hiperglobalización posterior a la década de 1990 ha llegado a su fin. La pandemia de Covid-19, la guerra de Rusia contra Ucrania y, de forma más duradera, la creciente tensión geopolítica entre EE.UU. y China han relegado los mercados globales a un papel secundario.
En términos cuantitativos, la hiperglobalización ya llevaba un tiempo en retirada, desde la crisis financiera mundial de 2007-2008. La participación del comercio en el PBI mundial comenzó a disminuir después de 2007; las cadenas globales de valor dejaron de expandirse, y los flujos internacionales de capital nunca recuperaron sus máximos previos a 2007.
Sin embargo, la transformación cualitativa ha sido quizás más significativa. Hoy en día, no solo los políticos populistas se muestran abiertamente hostiles a la versión de la globalización posterior a la década de 1990. Los responsables políticos, especialmente en EE.UU., pero también muchos en Europa han comenzado a hablar de la globalización de forma muy diferente.
Hiperglobalización contradictoria
Rodrik anota que existía una tensión económica entre las ganancias derivadas de la especialización productiva y las de la diversificación productiva. La teoría comercial estándar y el principio de ventaja comparativa indicaban que los países debían especializarse en lo que ya producían bien. Pero también existía una larga línea de pensamiento desarrollista que sugería que los gobiernos deberían impulsar sus economías para que produjeran lo que fabrican los más ricos.
De hecho, quienes aplicaron políticas más proactivas, aprovechando al máximo la economía mundial (como China) obtuvieron mejores resultados. Esto generó conflicto entre las políticas intervencionistas de las economías más exitosas y los principios liberales del sistema comercial mundial.
En segundo lugar, la hiperglobalización exacerbó los problemas distributivos en muchas economías. La teoría del comercio predijo que una redistribución sustancial de los ingresos de los perdedores del comercio a los ganadores sería la inevitable contrapartida de las ganancias del comercio. Eso es exactamente lo que ocurrió cuando muchas regiones y grupos de trabajadores experimentaron una disminución de los ingresos.
Socavar democracias
En tercer lugar, según Rodrik, la hiperglobalización socavó directamente la democracia al erosionar la percepción de responsabilidad de los funcionarios públicos ante su electorado. La reducción de las barreras comerciales y la globalización financiera se convirtieron en palabras clave para diluir los acuerdos sociales internos de décadas de antigüedad sobre redes de seguridad social, políticas industriales, mercados laborales, regulaciones de salud y seguridad, y estabilización macroeconómica.
Los llamados a reescribir las reglas de la globalización se encontraron con la réplica de que la globalización era como una fuerza física, inmutable e irresistible. A los ciudadanos, en lugar de buscar alivio en sus políticos electos y esperar soluciones reales, a quienes tenían quejas se les dijo que se simplemente soportaran.
En cuarto lugar, existía una tensión inherente entre la geopolítica global y la competencia geopolítica, por un lado, y la cooperación económica internacional, por otro. La lógica de suma cero de la primera era antitética a la lógica de suma positiva de la segunda. Los conflictos geoestratégicos están a la vista.
Escenarios futuros
Rodrik señala que ahora que la hiperglobalización ha colapsado, los escenarios futuros para la economía mundial abarcan toda la gama, desde lo bueno y lo malo hasta lo feo. El peor resultado sería que las naciones (o grupos de naciones) se replegaran en una autarquía, como en la década de 1930, una forma extrema de disociación. Una posibilidad menos mala, pero igualmente fea, es que el comercio y las finanzas internacionales se conviertan en meras armas geopolíticas, con guerras comerciales y sanciones económicas amenazantes, un resultado que los politólogos denominan interdependencia instrumentalizada (un preanuncio de lo que ya está haciendo Trump).
El primero de estos escenarios parece improbable, ya que la economía mundial es más interdependiente que nunca y los costos económicos serían enormes. Pero ciertamente no podemos descartar el segundo. Sin embargo, El autor visualiza aquí un escenario diferente y positivo, mediante el cual logremos un mejor equilibrio entre las prerrogativas del Estado nacional y las exigencias de una economía abierta. El sostiene que con dicho reequilibrio se podría propiciar la prosperidad inclusiva en cada país y la paz y la seguridad en el exterior.
Prerrequisitos esenciales
El autor propone dos prerrequisitos. El primero, es que los responsables políticos prioricen la reparación del daño causado a sus economías y sociedades por la hiperglobalización. Bajo la hiperglobalización, los responsables políticos invirtieron la lógica, convirtiendo la economía global en el fin y la sociedad nacional en el medio. La. La integración internacional condujo, en efecto, a la desintegración nacional. Un gobierno que priorizara la apertura sin adoptar las políticas necesarias para la transformación productiva y la cohesión social empobrecería su economía y haría que su sociedad fuera más hostil hacia el exterior, lo que, en última instancia, perjudicaría al resto del mundo.
Un segundo prerrequisito importante para un escenario favorable es que las naciones no deben convertir la legítima búsqueda de seguridad nacional en una agresión contra otras. Para las grandes potencias, y en particular para EE.UU. esto implica reconocer la multipolaridad y abandonar la búsqueda de la supremacía global. Las grandes potencias (y todas las economías) deben aceptar a sus contrapartes y evitar prácticas internacionales perniciosas. Una cosa son los legítimos intereses de seguridad nacional y otra el expansionismo geopolítico.
Límites gobernanza global
Un régimen de globalización bien diseñado debería buscar una combinación adecuada de eficiencia global y diversidad de políticas, sin buscar maximizar ninguna de ellas. Los arquitectos del régimen de Bretton Woods lograron un equilibrio bastante acertado. John Maynard Keynes era plenamente consciente de la necesidad de crear espacio para las políticas nacionales de estabilización.
Preveía que los controles de capital, para prevenir flujos financieros especulativos disruptivos, serían un elemento esencial del sistema económico global de posguerra. En materia de comercio, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) también estableció una ligera capa de normas globales, lo que permitió una expansión significativa del comercio de manufacturas, mientras que los gobiernos tenían libertad para diseñar sus propios modelos regulatorios.
El impulso hacia la hiperglobalización posterior a 1990 ignoró las lecciones de la era anterior. La Organización Mundial del Comercio, establecida en 1994, y los acuerdos comerciales posteriores adoptaron un modelo de integración profunda en el que las regulaciones nacionales (en materia de salud, medio ambiente, propiedad intelectual, subsidios y políticas industriales) se percibían cada vez más como barreras comerciales que obstaculizaban la eficiencia global. El libre flujo de capital a corto plazo se convirtió en la regla, lo que impuso límites a las políticas monetarias, fiscales y tributarias de los países.
Por otra parte, la gobernanza global debe evitar las políticas de empobrecimiento del vecino y referirse a los bienes públicos globales donde destaca la lucha contra el cambio climático y la salud pública mundial.
Meta-régimen global
Rodrik anota que es posible concebir una globalización más reducida que permita a los países obtener la mayor parte de los beneficios del comercio y fomente la provisión de bienes públicos globales, a la vez que deje espacio suficiente para que los gobiernos aborden sus prioridades económicas, sociales, políticas y de seguridad nacional. El régimen distingue cuatro categorías de políticas: (i) acciones prohibidas; (ii) negociaciones y ajustes mutuos; (iii) acciones independientes; y (iv) gobernanza multilateral.
Para participar en él, los Estados acordarían la conveniencia de esta cuádruple clasificación de políticas, sin tener que acordar previamente qué acciones o cuestiones pertenecen a cada categoría ni los resultados políticos específicos. El meta régimen presupone poco acuerdo al inicio. Está diseñado para fomentar el debate y la explicación de los motivos de los países para implementar políticas específicas, permitiendo una mayor cooperación resultado de la transparencia, el intercambio de razones y la creación de confianza.
Rodrik plantea que hay un particular interés con el tercer tipo de políticas. Sin embargo, las acciones políticas independientes no deben tener como objetivo castigar a otro país ni perjudicar su economía. Cuando dichas acciones se toman en respuesta al comportamiento de otro Estado, deben estar claramente vinculadas al daño causado por las políticas de la otra parte y destinadas únicamente a mitigar los efectos negativos.
Colofón
Rodrik termina señalando que el retroceso de la hiperglobalización puede llevarnos por el camino de las guerras comerciales y el auge del etnonacionalismo, perjudicando las perspectivas económicas de todos. Es posible concebir un modelo de globalización económica más sensato y menos intrusivo que se centre en áreas donde la cooperación internacional realmente sea rentable (salud pública mundial, acuerdos ambientales, paraísos fiscales globales y otras políticas de negociación colectiva), pero que, por lo demás, permita a las naciones priorizar sus propios problemas económicos y sociales.