Quizás el vínculo más duradero en la historia del ser humano sea el que hay entre las propiedades y el transporte.

Desde la Antigüedad, pocas cosas aumentaron tanto y con tanta seguridad los valores de la tierra como los avances en el transporte, desde las carreteras y los canales hasta las vías férreas y las autopistas.

Sigue siendo algo “obvio” en el siglo XXI, dice Bridget Buxton. En 2016, ella compró un apartamento dilapidado en una parte dejada del este de Londres porque quedaba a pocos pasos de la línea de tren urbano de alta velocidad que se inaugurará este año.

En los últimos cinco años, los precios de las casas como la suya subieron 90%, mucho más que la ciudad en total.

Pero ahora, la llegada del coche sin conductor —que promete una utopía de viajes al trabajo sin estrés, diversión urbana y el fin de los problemas para estacionar— amenaza con complicar los cálculos de todos los compradores de propiedades.

“Quizás la industria más transformada por los vehículos autónomos sea la inmobiliaria”, dijo David Silver, que enseña Ingeniería de Conducción Autónoma en Udacity, una universidad online donde se anotaron más de 10,000 alumnos interesados en el transporte del futuro. “Esos vehículos podrían hacer que los inmuebles dejen de ser un negocio basado exclusivamente en la ubicación”.

¿Cuánto falta?
Tal vez falte mucho: los primeros ejemplos de servicios sin conductores —autobuses, taxis y camionetas de entrega— ya llegaron, pero la adopción generalizada por los consumidores podría tardar diez años.

Además, pasó casi medio siglo desde que en 1908 salió el Modelo T de Henry Ford, el primer coche para las masas, y se impuso el diseño de suburbios pensados para conductores. Por eso, inversores como Ric Clark, presidente de Brookfield Property Partners, la empresa de inversión inmobiliaria más grande del mundo, admiten que hacen poco más que conjeturas.

Ellos recién comienzan a pensar qué hacer con todo el espacio que podría liberarse en un mundo donde los coches ya no se queden parados el 95% del tiempo, según las estimaciones; si áreas indeseables sin transporte público podrían volverse más atractivas pronto; si sitios verdes y alejados se transforman en zonas valiosas para instalar depósitos.

Alivio
Por otro lado, la revolución ofrece un enorme alivio a los más acosados del mundo del trabajo —los que viajan todos los días a su empleo— y pronostica una nueva era de expansión urbana al alentar el desarrollo de áreas alejadas.

David Williams, director técnico de la empresa de seguros Axa, viaja más de tres horas por día entre Bury St. Edmunds, un suburbio al norte de Londres, y su trabajo en la ciudad. Y espera con ansías llegar al momento en el que su viaje ya no consista en manejar con tránsito hasta la estación y un tren que suele retrasarse.

“¿Se imaginan si todo mi viaje fuera mucho más flexible, mucho más integrado, sin esperar en andenes fríos, que yo pudiera hacer otra cosa en el camino?”, dice el hombre de 56 años con dos hijos. “¿Eso significaría que la subida de precios de las viviendas causada por el efecto urbano se esparciría más todavía?”.